De regreso al hotel estuvo a punto de darse por vencida, mientras las putas voces del superyó, como diría su analista más tarde, le machaban la cabeza (esto no es para vos, no vas a poder con las diez líneas y además, ¿a quién se le ocurre plantar una semana el trabajo por un taller de microficción?). Con la primera cerveza, en el bodegón de la esquina, recuperó el valor y decidió repasar los conceptos más importantes: título, complicidad con el lector, verosimilitud. Ahora, sólo necesitaba elegir el tema. Buscó y rebuscó en su memoria todo aquello que hasta hoy había creído interesante de ser contado: nada. Cansada y al borde de abandonar definitivamente la tarea, escuchó que alguien en la mesa de al lado no acertaba con el nombre del mar que baña la costa norte de España. El Cantábrico, señor, casi gritó y con la oleada de recuerdos que la sacudió encontró la primera línea del microrrelato que nunca escribió
hasta que volvamos a vernos
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